La gente corre a un par de metros sin siquiera darse cuenta. Sus restos se descomponen cada vez más por el clima. Aunque algunos buscan darle una nueva vida cambiándole la piel a su cuerpo, la verdad es que se encuentra perdida en el olvido. 
Las patas de pollo recién desechadas por el puesto de comida que se encuentra a un lado de la calle, marcan la entrada. Es un pequeño desnivel, lo suficientemente alto como para hacer que pase desapercibido el edificio. Bajamos. Nos encontramos con mundo de colores contrastados. Figuras bizarras y marcas de palabras o frases que la gente ha pintado para “dejar su marca”.
Todavía es temprano. Serán las ocho y cuarto, máximo. Unos pequeños rayos de sol entran al edificio creando un juego de luces y sombras agradables a la vista. Paseamos por el lugar, buscamos privacidad. No queremos ninguna sorpresa. Fierros, restos de vagones y bancas que llevan años sin usarse son lo único que nos acompaña. Hay que hacerlo rápido, no queremos ser interrumpidos. 
El lugar es sucio. Se notan los restos que dejaron algunas parejas que pasaron por aquí antes que nosotros. Lo tendremos que ignorar. Dejamos las cosas y nos ponemos cómodos. La confianza es básica en este tipo de cosas. 
¿Empezamos? —le pregunto.
Cuando quieras. —me responde. 
Saco mi cámara y busco el mejor cuadro. Su estilo skater va perfecto con el ambiente del lugar. Parece que los graffitis de las paredes comulgan perfecto con sus jeans rotos y su camisa a cuadros. Después de la primera foto, se rompe el hielo. Mi forma de ver la escena cambia a un formato de 6 x 4, la imaginación comienza a volar y el obturador a trabajar. Una pose tras otra, busco explotar cada rincón de este lugar. 
Estuvimos dos horas, casi doscientas cincuenta fotos. Pero al final, sé que solo unas pocas quedarán en la serie, y el resto, como la estación, en el olvido.
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