Artículo publicado en la edición de octubre 2016 de Rolling Stone México
Fue un mes el que estuve en las lejanas tierras de Nepal. Ese lugar mágico lleno de espiritualidad y misticismo. Las imponentes montañas que rodean el valle de Katmandú hacen que te sientas insignificante ante el mundo: Los paisajes son majestuosos, sus vistas inigualables te esperan al alejarte de la capital y adentrarte en las altas montañas del Himalaya. Todo eso suena increíble pero ¿fue lo mejor de esta aventura?, yo creo que no.
A lo largo de este mes viví experiencias que me dejaron marcado de por vida. El hecho de hacer esta travesía solo, me abrió la posibilidad de adentrarme de primera mano lo que vive este país oriental. Al no conocer a nadie, inevitablemente me dieron ganas de aprehenderlo todo, pero lo que definitivamente me llevo a casa, es la gente. Cálida, amable, humilde y, más que nada, honesta.
Nepal es un país en donde conviven de manera pacífica las cuatro religiones importantes más importantes del mundo. El hinduismo predomina, con aproximadamente el 75% de la población, seguida por el budismo con el 16% y, en menor medida, el islam y el cristianismo con el 3.5% respectivamente. Este país está lleno de problemas, pero sorprendentemente ninguno es por causas religiosas, me decía mi guía. El gobierno es bastante inestable, por lo que la gente se rige por la ley del karma, donde las personas buscan ayudar al prójimo y evitar hacerles daño, ya que corren el riesgo de que éste se les regrese.
Ésta fue la primer foto que tomé en Nepal, la imagen está llena de símbolos. Desde la rueda de oración y el monje budista descalzo deteniendo su cuenco de oración, hasta la botella de Sprite, símbolo de la modernización y globalización que está occidentalizando a las culturas de oriente.
Un curioso monje budista se asoma tímido por la ventana del monasterio que se encuentra cercano a Lukla.
Mientras caminaba por Bandipur me encontré unos simpáticos niños, al ver mi cámara me pidieron que les tomara una foto; lo hice; se las enseñé, y seguí recorriendo la aldea. De regreso me los volví a topar; me pidieron más fotos y luego, que les enseñara a tomarlas. ¡Estuve casi una hora con ellos! Tomando fotos, riendo y un poco preocupado por que tiraran mi cámara. Pero sin duda, me sentí un niño otra vez. La mejor experiencia de mi viaje.
A un lado del templo de Annapurna (deidad hindú), el rostro de esta mujer me cautivó a primera vista. Después de varios intentos para capturarlo me regaló este momento que quedó grabado en la memoria.
A pocos metros del lugar del retrato anterior, este señor manufactura collares religiosos, destinados a la adoración de sus deidades.